lunes, 27 de abril de 2015

El verdadero amor.

En los poco más de 47 años, casi 48, que Dios me ha permitido vivir, he vivido muchas experiencias, buenas y “malas” y entrecomillo malas, porque al final del día, aquellas experiencias que consideramos malas, resultan ser las mejores y, ojo, hablo de situaciones tales como una terrible enfermedad, la pérdida de un ser querido o el trabajo, o la quiebra de algún negocio, incluso la pérdida de todo nuestro patrimonio.

En lo personal, salvo la terrible enfermedad, he vivido prácticamente todas las demás.
Hace 20 años que mi mamá no me acompaña físicamente y, casi 15 que mi papá tampoco, ya estuve en “los cuernos de la luna” alguna vez y, también, alguna vez en “el fondo del abismo”.

Sin embargo, como dice el refrán: “Lo que no te mata, te hace más fuerte”.

En esto último es que quiero poner el énfasis de ésta reflexión.

Lamentablemente, a la mayoría de los seres humanos, nos cuesta, a veces mucho, trabajo comprender esto.

En mi peregrinar por éste mundo he conocido a mucha gente y, salvo sus honrosas excepciones, la mayoría parecemos estar, como dice otro refrán: “cortados con la misma tijera”.

Es decir, la mayoría juzgamos “malas” todas aquellas experiencias “negativas” que nos acontecen.

Lo anterior es por una sencilla razón:

Interpretamos a Dios, hacemos opiniones sobre Él e, incluso, lo juzgamos; en lugar de esforzarnos por conocerlo y comprenderlo.

Un ejemplo:

Dios es amor y el amor de Dios es muy diferente de la interpretación que nosotros le damos al amor.
La gran mayoría de las personas creen saber lo que es el amor porque dan por hecho de que se trata de mantener una relación sentimental con alguien, llámese pareja, hijos, padres.
Suponen que amar es preocuparse por esa persona, reclamarle su comportamiento cuando se considera inapropiado; consideran amor a la acción de culpar a un hijo porque le va mal en su colegio ya que esto es “por su bien”, también consideran amor al hecho de pretender que la pareja sea una fiel copia de sí misma, se cree que hay amor cuando se le da todo a los demás sin recibir nada a cambio; si el cuerpo físico engorda se le rechaza tajantemente.
En pocas palabras, han adoptado un sentimiento que se parece ligeramente al amor y lo han hecho así porque es lo único que conocen.
Lo que sucede es que confunden al amor con el miedo de perder el significado que le han dado a los seres que están a su alrededor, con el miedo de no llegar a ser el ideal de persona que creen que deben ser y esto no significa que estén mal o bien, sólo quiere decir que hay que dejar de controlar la vida empezando por amar las condiciones en las cuales vinimos a este mundo así como todo lo que hemos vivido, que es lo que naturalmente nos ha llevado a actuar de cierta manera.
En la medida en que estemos dispuestos a apoyarnos a nosotros mismos por encima de todo lo que vemos, sin censurarnos, será más fácil convivir con los demás tal como si estuviéramos aprendiendo de ellos permanentemente.
Esto significa unirnos física, energética y emocionalmente con nuestros seres queridos, permitiéndonos ser nosotros mismos para que ellos a su vez puedan ser tal como son.
Cuando entendemos que las cosas “malas” que nos pasan son en realidad lecciones valiosas que Dios nos da para que aprendamos a mejorarnos a nosotros mismos, entonces nuestra perspectiva de lo “malo” como lo conocemos, cambia considerablemente.
Según el escritor Erich Fromm, el amor es un arte porque debemos dominar su teoría y su práctica, por lo tanto debemos aprender a ser artistas del amor.

En la medida que entendamos que somos parte de un plan divino, que todo lo que deseamos ser, ya somos, entonces y solo entonces, experimentaremos una autentica transformación que nos llevará a la paz, la alegría y la felicidad.

La clave está en no anhelar esa paz, esa alegría o esa felicidad; porque en el momento que anhelamos algo, nos llenamos de ansiedad, esperando que llegue, y esa ansiedad rompe, de esa manera, la paz, la alegría y la felicidad.

Necesitamos volver hacia dentro de nosotros para conocernos realmente, darnos el tiempo para profundizar en nuestra propia conciencia y, en la medida que nos conozcamos mejor, de pronto, cuando menos lo esperemos nos sorprenderemos a nosotros mismos de haber conocido a Dios.

En ese preciso instante, viviremos el verdadero amor.

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