Hola
a Tod@s!
Hoy
voy a tratar un tema que, quizá, algunos nos cause algo de ruido dado que tiene
que ver con el amor al prójimo y, aunque no lo parezca, éste es un tema del que
no se habla mucho en el trabajo ni, lamentablemente, en casa o con los amigos.
Todos
somos capaces de dar algunas limosnas, me refiero a las económicas o
materiales, y las damos.
Le
damos, por lo menos un peso, si nos sentimos espléndidos pues damos cinco, al
limpia parabrisas del semáforo, otros tantos a la señora que pide en el
crucero, algunos pesos más al que cuida el estacionamiento y así hasta donde
nuestras posibilidades, económicas alcancen.
Lo
curioso es que muchos nos quejamos de la situación económica que atraviesa el
país o nuestro estado o, el mundo en general; porque no solo en México se
cuecen éste tipo de habas (como dice el dicho) y sin embargo seguimos haciendo
esas “generosas” donaciones. Quizás pensando que con eso expiamos algunas
culpas que la desigualdad nos hace sentir. ¿Por qué yo tengo mucho y otros
muchos no tienen nada? Y creemos que con esas limosnas componemos o pailamos un
poco la situación.
Por
tal motivo, aunque nuestra situación económica no sea tan holgada como
quisiéramos, vamos dando un peso por aquí otros más por allá.
El
detalle es que el dinero es un bien escaso y los pobres o muy pobres son
muchos, si yo quisiera ayudar a todos ellos me sería casi imposible; debería
haber amasado una considerable fortuna y todavía así, me lo pensaría dos veces
o quizás más, antes de regalar mi fortuna. Porque como mandan los cánones de la
economía, si doy todo lo que tengo me quedaré con nada.
Pero,
aquí me nace una serie de preguntas un poco más quisquillosas:
¿Qué pasa con el amor?
¿Si
doy todo mi amor me quedaré con nada?
¿Así
como voy repartiendo dinero por el camino, reparto amor?
¿Cuántas
veces estrecho la mano del que me limpia el parabrisas o de la que me vende el
chicle?
¿Sé
como se llaman?
¿Sería
capaz de abrazarlos?
Lo
triste de este asunto es que muchos de nosotros no hacemos eso ni con nuestra
familia ni, mucho menos, con nuestros vecinos o colaboradores de trabajo.
¿Por
qué nos cuesta tanto regalar amor?
¿Cambiaría
algo en el mundo si de la misma manera que vamos dejando monedas por el camino,
dejáramos amor?
Quizá
la experiencia de San Francisco de Asís con el leproso pudiera servirnos de
ejemplo, he aquí un extracto:
“De tal manera le echaba atrás el ver los leprosos, que,
como él dijo, no sólo no quería verlos, sino que evitaba hasta el acercarse al
lazareto. Y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos, aunque
la compasión le indujese a darles limosna por medio de otra persona, siempre lo
hacía volviendo el rostro y tapándose la nariz con las manos. Mas por la gracia
de Dios llegó a ser tan familiar y amigo de los leprosos, que, como dice en su
testamento, entre ellos moraba y a ellos humildemente servía.”
Por
su parte la Madre Teresa que prácticamente dedico su vida a la caridad decía
que la caridad no era la solución.
Supongo
que se refería a la caridad en términos de dinero; porque si alguien ha dado su
amor al prójimo en este mundo ha sido Ella.
Concluyo
la reflexión.
Hay
quienes damos sin buscar o contar cuánto traemos en nuestros bolsillos o en
nuestra cuenta bancaria, hay quienes buscamos y contamos antes de dar, porque
sabemos lo que cuesta ganar el dinero; pero, ¿cuánto cuesta ganarse el amor?
¿será que tenemos poco o mucho amor? ¿cómo andan nuestras cuentas en ese
sentido?
¿Será
que nos la pensamos para dar amor o lo damos desinteresadamente a cuanta persona
se cruce por nuestro camino?
¿Podrá
el mundo ser mejor si damos mas a mor que dinero?
Por
su tiempo y atención, muchas gracias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario